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Arponera / octubre 2015
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Prensa y créditos
El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo
se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra
ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo
aire frenético y ausente. Es decir, que se aburre uno y se dedica a
adquirir hábitos. Nuestros conciudadanos trabajan mucho, pero
siempre para enriquecerse. Se interesan sobre todo por el
comercio, y se ocupan principalmente, según propia expresión, de
hacer negocios. Como es natural, también les gustan las
expansiones simples: las mujeres, el cine y los baños de mar.
Pero, muy sensatamente, reservan los placeres para el sábado
después de mediodía y el domingo, procurando los otros días de
la semana hacer mucho dinero. Por las tardes, cuando dejan sus
despachos, se reúnen a una hora fija en los cafés, se pasean
por un determinado bulevar o se asoman al balcón. Los deseos de
la gente joven son violentos y breves, mientras que los vicios de los
mayores no exceden de las francachelas, los banquetes de camaradería y los círculos donde se juega fuerte al azar de las cartas.
Se dirá, sin duda, que nada de esto es particular de nuestra ciudad y que, en suma, todos nuestros contemporáneos son así. Sin duda, nada más natural hoy día que ver a las gentes trabajar de la mañana a la noche y en seguida elegir, entre el café, el juego y la charla, el modo de perder el tiempo que les queda por vivir. Pero hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que existe otra cosa. En general, esto no hace cambiar sus vidas, pero al menos han tenido la sospecha y eso salen ganando. Orán, por el contrario, es, en apariencia, una ciudad sin ninguna sospecha, es decir, una ciudad enteramente moderna. Por tanto, no es necesario especificar la manera de amar que se estila. Los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente en eso que se llama el acto del amor, o bien se crean el compromiso de una larga costumbre a dúo. Entre estos dos extremos a menudo no hay término medio. Eso tampoco es original. En Orán, como en otras partes, por falta de tiempo y de reflexión, se ve uno obligado a amar sin darse cuenta.
Lo más original de nuestra ciudad es la dificultad que puede uno encontrar para morir. Dificultad, por otra parte, no es la palabra justa, sería mejor decir incomodidad. Nunca es agradable estar enfermo, pero hay ciudades y países que nos sostienen en la enfermedad, países en los que, en cierto modo, puede uno confiarse. Un enfermo necesita alrededor blandura, le gusta apoyarse en algo; eso es natural. Pero en Orán los extremos del clima, la importancia de los negocios, la insignificancia del decorado, la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres, todo exige buena salud. Un enfermo necesita soledad. Imagínese entonces al que está en trance de morir como cogido en una trampa, rodeado por cientos de paredes crepitantes de calor, en el mismo momento en que toda una población, al teléfono o en los cafés, habla de letras de cambio, de conocimientos, de descuentos. Se comprenderá fácilmente lo que puede haber de incómodo en la muerte, hasta en la muerte moderna, cuando sobreviene así en un lugar seco.
Estas pocas indicaciones dan probablemente una idea suficiente de nuestra ciudad. Por lo demás, no hay por qué exagerar. Lo que es preciso subrayar es el aspecto frívolo de la población y de la vida. Pero se pasan los días con facilidad en cuanto se adquieren los hábitos, y puesto que nuestra ciudad favorece justamente los hábitos, puede decirse que todo va bien. Desde este punto de vista, la vida, en verdad, no es muy apasionante. Pero, al menos aquí no se conoce el desorden. Y nuestra población, franca, simpática y activa, ha provocado siempre en el viajero una razonable estimación. Esta ciudad, sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma acaba por parecer relajante y al fin se adormece uno en ella. Pero es justo añadir que ha sido injertada en un paisaje sin igual, en medio de una meseta desnuda, rodeada de colinas luminosas, ante una bahía de trazo perfecto. Solo se puede lamentar que haya sido construida de espaldas a esta bahía y que por tanto sea imposible divisar el mar sin ir expresamente a buscarlo.